Recuerdo que en
una oportunidad que volvía de viaje de la montaña con una amiga, ella me dice
“lo triste es que uno vuelve, se mimetiza con la ciudad y se acostumbra al
caos”. Y sí, a menos que uno tenga campo, quinta o derivado en los alrededores,
suele pasar que Buenos Aires se nos venga encima de vez en cuando. Pero lo
cierto es que en su grandeza no solo ofrece cultura y glamour, sino también
opciones naturales. El invierno tira más para peli con frazada y chocolate,
pero en ese ratito de cálido sol (la venerada hora de la siesta para algunos) empujémonos
a levantar el traste para salir a mover las piernas y respirar verde.
El Jardín
Botánico es casi como un oasis en medio de dos avenidas. Vi que mucha gente que
trabaja por la zona lo aprovecha para tomarse su hora de almuerzo, para comer o
tomar una siesta al sol, o ambas. Lleno de caminitos que se van entreverando entre
árboles, flores, arbustos y esculturas, dan ganas de quedarse perdido por un
buen rato. Libro y mate infaltables. Y respirar hondo, por supuesto.
Próxima parada El
Rosedal. Parece un programa bastante obvio, pero les sorprendería la cantidad
de gente que hace uso del circuito aeróbico que lo rodea, pero que no entra al
paraíso floral. Y si la primera visita la organizan para la primavera la
experiencia será inolvidable.
En su corazón la marea de rosas de innumerables
colores y tamaños deslumbra. Así como también la prolijidad de sus canteros y
caminos. El jardín de los poetas expone bustos de poetas y escritores de
distintos países, y las fuentes aportan un efecto feng
shui con el correr del agua. Mis preferidos, el
jardín de estilo andaluz, la pérgola que bordea la orilla del lago y el puente
de estilo griego que lo cruza.
Y
saliendo un poco del barrio Palermo, seguimos con un clásico de Caballito: parque
Rivadavia. Se vive más como una gran plaza pero no le quita mérito. Calesita (o
carrusel), arenero, juegos infantiles y amplitud para patear la pelota o tirar
una lona y que salga picnic. Curiosamente aquí parecen subsistir las
tradiciones más simples: la guitarreada, una partida de ajedrez con los
muchachos del barrio, los copos de azúcar y el mazo de cartas. Para los
pequeñitos, entretenimiento del más puro. Malabaristas, titiriteros, pintura y un
rinconcito para patinar.
Para
más información sobre estos tres rincones al natural:
Todos
estos estos lugares son de entrada libre y gratuita y muchas de las actividades
que ofrecen también. Estén atentos que suelen ser centro de eventos culturales
y ferias. Con la mente y el corazón abierto siempre se gana una sonrisa,
incluso con las cosas más simples de la vida, que no se nos pase por alto.
¡Buena tarde para todos!
lindisimas tus descripciones. plaza francia y su ombu para otra vez?
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